jueves, 8 de diciembre de 2011

-Capítulo dos.

Por un momento me asuste, siempre paseaba sola por el bosque, nunca había visto gente ni nada, pero se oían pasos, no sabía si darme la vuelta, estaba atemorizada y que me esperaba detrás de mi. Estuve unos segundos en duda, pero opte por seguir a delante, los pasos que se oían no iban sincronizados conmigo, parecía el que los hacía, pretendía que yo los oyera, seguí caminando sin mirar a tras unos cincuenta metros, hasta que empecé a correr, corrí y corrí todo lo que pude, y veía que la cosa de detrás mía también lo hacía. Llegue hasta un rió que nunca había visto, ni sabía que existía, era profundo y la corriente era muy fuerte, tenía los pies justamente en el precipicio del rió, que sé iba despedazando la tierra de donde me sostenía, algo me tocó, me tocó la espalda, apoyo su mano sobre mi hombro, miré hacia atrás y no vi nada, pero yo seguía sintiendo un frío helador en mi hombro. Llegué a distinguir una sombra, que no era la mía, que vi que no estaba sola, y no me lo estaba imaginando, ese ser extraño, me empezó a apretar más él hombro, me quede inmovil, no sabía que hacer, ¿huía? ¿Le pegaba? No tenía muchas soluciones, aunque él actuó antes que yo, me empezó a zarandear mi cuerpo como una marioneta, hasta que me tropecé callándome al rió, la corriente de agua me empezó a llevar por las rocas, y conseguí agarrarme con una rama.
-¡Dios que frío! ¡Ayuda! ¡Por favor!-Mis intentos fueron inútiles, y decidí hacer un esfuerzo para agarrarme a las raíces de un árbol que asomaban por él río.
Hice todo lo que pude, y conseguí levantarme, cuando ya pisaba tierra firme, miré hacía el río, no le veía ni donde nacía ni el final, tuve la curiosidad de donde salía. Decidí volver, él trayecto fue muy largo, no pensé que había corrido tanto, pero finalmente volví a mi casa, cuando ya era de noche, y la luz de la Luna dibujaba las siluetas de los objetos en el suelo. Me abrió la puerta mi padre.
-Hola papá. Dije mientras caminaba descalza dejando huellas por que tenía los pies encharcados.
-¿Llueve? Dijo sorprendido.
-No, no llueve. Le dije mientras cogía unas toallas para subirlas a mi cuarto.
-Ah, vale. Dijo de forma seca y volvió a entrar en el salón.
Ni mi propio padre se interesaba por lo que me había pasado, para qué contarlo, si me darían por loca, no era la hija favorita, era la hija independiente, que aprendí a vivir sola, y valerme por mi misma. En el camino me encontré con mi hermana mayor, que tenía veinte años, que por muy mayor que fuera, seguía en esta casa, molestando.
-Que pasa bicho raro. Dijo riéndose de las pintas que llevaba.
- Nada, ¿y a ti?
-Menudas pintas llevas, ¿ volviste a jugar con él grifo?
-Si , jugué con él grifo, si si. Dije mientras me dirigía a mi cuarto.
-Tenme respeto eh. Me dijo elevándome la voz.
-¿Para qué? Oí lo que me dijo y me giré mirándola.
-Porque soy la mayor.
-Tan mayor eres y todavía sigues aquí..
-Cállate. Me dijo con voz amenazante.
-¡A tus órdenes! Le dije a mi hermana mientras hacía el gesto que hacían los militares. Y acto seguido entré en mi cuarto dando un portazo.
Menuda familia tenía, la única que tenía relación era con mi hermana Marta, ella era más que una hermana, podía confiar en ella, pero ahora estaba fuera, no sé haciendo el que, pero ya le contaría lo sucedido.
Me empecé a quitar la ropa, y vi que tenía muchos rasguños, y la sangre de ellos iba deslizándose por mis piernas, me escocía una barbaridad, pero decidí no pegar ningún grito, no quería armar escándalo. Me miré en el espejo, me resulto raro, vi como se empañaba, y como se iban dibujando unas letras, primero la ''h'', luego la ''e'', luego la ''l'', luego la ''p'', luego la ''m'' y luego la ''e''. HELP ME. Me asusté tanto que golpeé el cristal con mi brazo, haciendo que se rompiera, y cayera en mil pedazos, pero a lo mejor él cristal se rompió, pero el mensaje seguía ahí escrito.

lunes, 5 de diciembre de 2011

-Capítulo uno.

Volvía de mi matutino día de invierno, las ramas de los árboles me impedía ver lo que había delante y detrás de mi. Decidí irme por un camino distinto al salir del instituto, mi única amiga se había cambiado y me había dejado sola, ¿para que irme en el autobús con un montón de chicos y chicas que para ellos era una desconocida de más? Llevo aquí desde que era pequeña, y conozco a esos chicos desde siempre, pero me tomaron por rara y decidieron marginarme. ¿Desde cuando ser más guapa o ''guay'' es más importante que lo demás? Yo no entendía esos términos, y tampoco tenía la intención de hacerlo. El viaje a pie desde el instituto hasta mi casa era de veinte minutos, pero se me paso bastante más rápido de lo normal. Vivía en una casa antigua, los techos estaban hechos de madera, y había alguna pared de piedra. Vivía con mis padres, mi hermana y mi abuelo. No me llevaba muy mal con ellos, mi abuelo era el que mejor me entendía, no estaba ''chapado a la antigua'' y aunque pareciera de que no se enteraba de nada, era siempre él en saber las cosas. Ya estaba en mi barrio, y llegaría a mi casa en un abrir y cerrar de ojos, mi casa tenía timbre, pero era horrible la musiquita que sonaba, y yo siempre hacía el típico ''toc toc''.
-¡Ya voy! Chillaron.
 Esa era mi madre, una mujer que se dejaba llevar.
-Hola mamá. le dije desanimada y mirándome los pies.
-¿Volviste a venir andando verdad? Me dijo colocándome bien la bufanda que llevaba.
-Ya sabes que no quiero irme con ellos.. La dije mientras subía por las escaleras ruidosas.
-¿No quieres comer? Dijo elevando la voz.
-¡No tengo hambre! Dije dando un portazo en mi habitación.
Me dirigí a mi cama y me desplome en ella. Nadie me entendía, nadie pensaba igual que yo, y tenía mis mismos gustos, solo había una persona que pudiera acercarse a ellos y ahora estaba lejos de mi. Pasaron dos horas desde que me tumbé, no tenía reloj, pero mirando al sol sabía que hora era, me pasé la tarde pintando mis paredes de mi habitación, me gustaba decorarla a mi gusto, soñaba con cosas muy raras, que me gustaban retratarlas en mi pared como si fuera un lienzo. Al ver que ya no tenía más espiración en pintar, baje las escaleras y me encontré con mi abuelo. Mi abuelo aveces decía cosas sin sentido, pero él sabía que las tenía, y con el paso del tiempo, se entendía a que se refería.
-Hola Abuelo, le dije mientras me cogía el abrigo y los zapatos, tenía pensado volver a salir al bosque.
-Hija, que las personas no te engañen que son muy malas. Me dijo con voz amable.
-Claro abuelo, claro, tú eres él único que no lo hará, ¿verdad?
-¿Tú sabes donde esta él baño? Dijo mirando hacia el techo.
-Claro, mira, ¿ves esa puerta? Le dije señalándolo. Pues entras y ahí se encuentra.
-Es que me gustaría hacerme unas tortillas.
-Jajaja, ¡Que tengas suerte abuelo! Le dije al pobre anciano mientras me iba corriendo hacía el profundo y frondoso bosque.
Nunca había visto su final, que había al otro lado de él. Siempre me quedaba en un tronco que debió ser derribado por causas del medio. Mientras iba caminando escuchando el crujido de mis pasos, el roce de el viento con las hojas de los árboles, decidí pararme, pero lo que no decidió pasarse fue el crujido de las hojas de pisadas. No estaba sola.